Existía mucho fervor patriótico en esas fechas. En todas las escuelas se
recordaba la proclamación de la independencia del Perú.
Cartavio, tenía unas cuantas calles. En el sector antiguo de la hacienda,
viviendas de tres piezas. Eran de adobe y techo de quincha, alumbradas con una
bombilla, que en un principio sólo tenía una habitación y luego dos. Se
apagaban en una determinada hora para que la gente duerma temprano y pueda
madrugar. Después se construyeron casas de ladrillo y cemento.
En el Ingenio, de adobe y quincha. En la primera cuadra de la calle Unión
eran viviendas amplias con un mejor acabado interno y externo. Allí vivían los
jefes. Las viviendas se ocupaban de acuerdo al trabajo realizado en la empresa.
En la calle Unión, los empleados. En Lucas León, los mecánicos, trabajadores
calificados y especializados. En la calle Antero Aspíllaga, donde existía un
bazar, los obreros de fábrica. En Salaverry y Calle Nueva la gente de campo y
fábrica.
La calle Real siempre fue la calle principal. La gente salía a pasearse
para ir a La Concordia que era un parque de tierra con bancas de madera y
fierro, rodeadas de jardines con hermosas y olorosas flores, palmeras, ficus.
Un jardín central con rosas rodeados de geranios, con su olor perfumaba el
ambiente. Hermosos ficus se alzaban como fieles testigos de muchas historias,
árboles que aún hasta ahora existen pero abandonados sin que se preocupen de
ellos. A un costado el local de la Comisaría.
A lo largo de la calle se ubicaban tiendas de reconocidos comerciantes, Don
Baldomero Gutiérrez, Don Santiago Wong. Por la calle Ferrocarril ingresaba el
tren que venía de Trujillo, el vagón con dos compartimientos. En la 1era
viajaba gente de recursos y altos empleados de la hacienda. En 2da clase
viajaba gente con sus bultos, compras y animales. Estudiantes de secundaria que
los sábados regresaban a sus casas.
Antiguo Mercado. Hoy Coliseo Cartavio. Calle Coliseo. |
El viejo mercado, hoy Coliseo, amplio, bien distribuido. A un costado en la
calle Proaño se ubicaban las vendedoras de comida en “La Ramada”. Famosos los
desayunos de Doña Paula, Doña Cleofé. En la hoy calle Ferrocarril, vendían en
plena vía pública. Allí atendía “Doña María” que vivía en Proaño, ella con sus
hijas Leonila y Felícita preparaban, “a puro punche” uno sabroso chocolate con
leche en una ponchera de acero inoxidable. De refilón, unos bistecs
encebollados con rico pan de panadería. Algunos tomaban su café pasado oloroso
y calientito. Todo era higiénico. Potajes que en mi niñez, alguna vez saboreé. En la esquina, del extremo de la Proaño con la Coliseo estaba la tienda del
“chinito” Felipe Wong, un símbolo del barrio, con hijos peruanos. Fumaba todo
el día “como chino viejo”. Siempre con su teterita de té y su taza en la que se
servía durante el día. Hablaba un castellano muy mascado. … “como puliendo tu”.
Con sus remedios para el mal “de ojo” y “de susto”.
La hacienda anualmente pintaba todas las calles y cada trabajador recibía
su bandera con un asta para su vivienda.
Las calles y los techos de Cartavio eran un bosque de banderas. Llegando el día de celebración, frente a la iglesia, se concentraban
cientos de alumnos y alumnas de la escuela de Varones y Mujeres del día y la
noche. Todos correctamente uniformados. También se presentaban los “movilizables”
completamente de blanco. Eran jóvenes que hacían su Servicio Militar en la
población.
El discurso de ordena cargo de uno de los directores. Los profesores,
estrenaban terno nuevo de casimir inglés. Las profesoras no se quedaban atrás y
se confeccionaban ropa para la ocasión.
Había mucha solemnidad y respeto al acto celebratorio por parte de la
población. El Himno Nacional se cantaba a viva voz, por todos los presentes,
con encendido fervor patriótico. Nadie dejaba de cantar y resonaba en todo Cartavio. Los profesores de las escuelas eran empleados pagados por la empresa,
recibían el mismo trato que los empleados: leche, raciones de arroz y carne.
Una vez iniciado el desfile, todos marchaban con pierna alzada, luciendo
zapatos nuevos, muy brillosos, uniforme beige, limpio. Disciplinados y en orden,
cara al frente, barbilla subida con su cristina bien puesta y seriedad
manifiesta en el porte. En la noche había baile popular y social. El popular se celebraba en el
mercado viejo. La orquesta era una de las mejore de Trujillo, escogidas entre
Manongo Álvarez, Teófilo Álvarez, la Swing Mecker Band. También había cerveza y
bocaditos. El brindis, previo al baile, lo realizaba en el Casino de Trabajadores
don César Echandia.
Por las calles se vendía el rico chicharrón al paso, con su mote, bien
preparadito. Pero lo que más destacaba en estas fiestas era el pan con chancho
que vendía “Don Javier”, trabajador de la hacienda, natural de Yapa, Cajamarca.
Don Javier Serrano, días antes escogía el chancho, lo preparaba con todos sus
ingredientes, horneado en la panificadora. Salía a vender con un mandil blanco,
como los chef de ahora, con su carrito de venta colocándose en un lugar
estratégico. La cabeza de chancho, estaba visible, en un bandeja de loza
blanca, bien doradita, tostadita, sabrosa que lo preparaba en un gran pan
tostado con su lechuga. Crujiente al morderlo. En el desfile, la gente esperaba
saboreando su pan con chancho…
¡Qué rico chancho!
Fuente escrita: Obra inédita titulada
TRADICIONES CARTAVINAS de Juan Miguel Malca Aldana.
Foto: Miguel Núñez B.
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