sábado, 4 de junio de 2016

Rojo y blanco en fiestas patrias

Existía mucho fervor patriótico en esas fechas. En todas las escuelas se recordaba la proclamación de la independencia del Perú.

Cartavio, tenía unas cuantas calles. En el sector antiguo de la hacienda, viviendas de tres piezas. Eran de adobe y techo de quincha, alumbradas con una bombilla, que en un principio sólo tenía una habitación y luego dos. Se apagaban en una determinada hora para que la gente duerma temprano y pueda madrugar. Después se construyeron casas de ladrillo y cemento.

En el Ingenio, de adobe y quincha. En la primera cuadra de la calle Unión eran viviendas amplias con un mejor acabado interno y externo. Allí vivían los jefes. Las viviendas se ocupaban de acuerdo al trabajo realizado en la empresa. En la calle Unión, los empleados. En Lucas León, los mecánicos, trabajadores calificados y especializados. En la calle Antero Aspíllaga, donde existía un bazar, los obreros de fábrica. En Salaverry y Calle Nueva la gente de campo y fábrica.

La calle Real siempre fue la calle principal. La gente salía a pasearse para ir a La Concordia que era un parque de tierra con bancas de madera y fierro, rodeadas de jardines con hermosas y olorosas flores, palmeras, ficus. Un jardín central con rosas rodeados de geranios, con su olor perfumaba el ambiente. Hermosos ficus se alzaban como fieles testigos de muchas historias, árboles que aún hasta ahora existen pero abandonados sin que se preocupen de ellos. A un costado el local de la Comisaría.

A lo largo de la calle se ubicaban tiendas de reconocidos comerciantes, Don Baldomero Gutiérrez, Don Santiago Wong. Por la calle Ferrocarril ingresaba el tren que venía de Trujillo, el vagón con dos compartimientos. En la 1era viajaba gente de recursos y altos empleados de la hacienda. En 2da clase viajaba gente con sus bultos, compras y animales. Estudiantes de secundaria que los sábados regresaban a sus casas.
Antiguo Mercado. Hoy Coliseo Cartavio. Calle Coliseo.

El viejo mercado, hoy Coliseo, amplio, bien distribuido. A un costado en la calle Proaño se ubicaban las vendedoras de comida en “La Ramada”. Famosos los desayunos de Doña Paula, Doña Cleofé. En la hoy calle Ferrocarril, vendían en plena vía pública. Allí atendía “Doña María” que vivía en Proaño, ella con sus hijas Leonila y Felícita preparaban, “a puro punche” uno sabroso chocolate con leche en una ponchera de acero inoxidable. De refilón, unos bistecs encebollados con rico pan de panadería. Algunos tomaban su café pasado oloroso y calientito. Todo era higiénico. Potajes que en mi niñez, alguna vez saboreé. En la esquina, del extremo de la Proaño con la Coliseo estaba la tienda del “chinito” Felipe Wong, un símbolo del barrio, con hijos peruanos. Fumaba todo el día “como chino viejo”. Siempre con su teterita de té y su taza en la que se servía durante el día. Hablaba un castellano muy mascado. … “como puliendo tu”. Con sus remedios para el mal “de ojo” y “de susto”.

La hacienda anualmente pintaba todas las calles y cada trabajador recibía su bandera con un asta para su vivienda.  Las calles y los techos de Cartavio eran un bosque de banderas. Llegando el día de celebración, frente a la iglesia, se concentraban cientos de alumnos y alumnas de la escuela de Varones y Mujeres del día y la noche. Todos correctamente uniformados. También se presentaban los “movilizables” completamente de blanco. Eran jóvenes que hacían su Servicio Militar en la población.

El discurso de ordena cargo de uno de los directores. Los profesores, estrenaban terno nuevo de casimir inglés. Las profesoras no se quedaban atrás y se confeccionaban ropa para la  ocasión. Había mucha solemnidad y respeto al acto celebratorio por parte de la población. El Himno Nacional se cantaba a viva voz, por todos los presentes, con encendido fervor patriótico. Nadie dejaba de cantar y resonaba en todo Cartavio. Los profesores de las escuelas eran empleados pagados por la empresa, recibían el mismo trato que los empleados: leche, raciones de arroz y carne.

Una vez iniciado el desfile, todos marchaban con pierna alzada, luciendo zapatos nuevos, muy brillosos, uniforme beige, limpio. Disciplinados y en orden, cara al frente, barbilla subida con su cristina bien puesta y seriedad manifiesta en el porte. En la noche había baile popular y social. El popular se celebraba en el mercado viejo. La orquesta era una de las mejore de Trujillo, escogidas entre Manongo Álvarez, Teófilo Álvarez, la Swing Mecker Band. También había cerveza y bocaditos. El brindis, previo al baile, lo realizaba en el Casino de Trabajadores don César Echandia.

Por las calles se vendía el rico chicharrón al paso, con su mote, bien preparadito. Pero lo que más destacaba en estas fiestas era el pan con chancho que vendía “Don Javier”, trabajador de la hacienda, natural de Yapa, Cajamarca. Don Javier Serrano, días antes escogía el chancho, lo preparaba con todos sus ingredientes, horneado en la panificadora. Salía a vender con un mandil blanco, como los chef de ahora, con su carrito de venta colocándose en un lugar estratégico. La cabeza de chancho, estaba visible, en un bandeja de loza blanca, bien doradita, tostadita, sabrosa que lo preparaba en un gran pan tostado con su lechuga. Crujiente al morderlo. En el desfile, la gente esperaba saboreando su pan con chancho…

¡Qué rico chancho!

Fuente escrita: Obra inédita titulada TRADICIONES CARTAVINAS de Juan Miguel Malca Aldana.
Foto: Miguel Núñez B.
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