sábado, 27 de febrero de 2016

ÑO CARNAVALÓN

Al medio día, aparecía con enorme cabeza, su sonrisa bonachona de oreja a oreja, sus movimientos cadenciosos al bambolearse en el camión que lo paseaba por las calles de Cartavio. Su presencia en las calles era el anuncio que la alegría del carnaval llegó.
¡Mamá! ¡Mamá!....¡El Ño Carnavalón!


Las familias salían a la puerta de su casa. En la calle, los chiquillos corrían detrás del camión. Sus caritas reflejaban la alegría al ver descomunal muñeco. Un juguete, un enorme juguete. Inalcanzable para ellos que felices lo acompañaban. En el recorrido se sumaban más y más niños. Decenas de niños en ambos lados del camión. Cada cierto trecho, el camión paraba,  y extendía las manos, los padres subían en los hombros a sus hijos para darle la mano. Los más grandes, se trepaban en la baranda y lo abrazaban.
¡Me lo dio la mano mamá! ¡El Ño Carnavalón me dio la mano!


                Era un gran muñeco que se movía para todos lados. Iba en un camión preparado y adornado para mostrarlo. Por donde iba, sonreía y alegraba a quienes lo acompañaban. La gente, a su paso, le echaba agua, serpentinas saludándolo. Era el “Rey Momo”, personaje de mucha importancia, el alma de la fiesta carnavalesca, pues nadie se imaginaba los carnavales en las calles sin el Ño Carnavalón. Era el símbolo del carnaval, el personaje más querido y el más añorado durante estos días de festividad.


                Tres días duraban las fiestas. Esos días eran alegres. Todos participaban  de las fiestas: obreros, empleados, peones del campo. Las calles lucían diferentes por la cantidad de gente que caminaba de uno a otro lado. Llegaban familiares de visita, ambulantes para los bailes de carnaval, del palo cilulo, y los juegos con agua. Por las noches se instalaban toldos en toda fiesta pueblerina. Había juegos de azar, mecánicos, actos de magia, juegos de naipes, la mujer barbona, el hombre con la boa, una enorme serpiente con venta de sebo de culebra para toda clase de dolor. Para convencer a los incautos, en un acto atemorizante, colocaba la enorme culebra en los hombros de su ayudante.
“¡Vengan, vengan, llévense esta pomada traída desde la selva para aliviar el dolor que hay en tu cuerpo por la humedad del trabajo en la noche…!”
Luego elegía a uno de los presentes y le invitaba a sacarse la camisa. A continuación aplicaba una pomada en su espalda, lo frotaba y con los rayos del fuerte sol se convertía en gotas en gotas de agua.


                El sábado, por la tarde, se iniciaban las fiestas con la llegada de Ño Carnavalón en un camión de la empresa. Salía de El Ingenio, bien adornado con motivos carnavalescos por el Sr. Zea, residente de El Ingenio, era su diseñador de todos los años. Sus labios distendidos reflejaba la alegría que embargaba estar presente, volver a las calles y estar con la gente. Algunas veces, sus ojos reflejaban melancolía, tristeza al final de las fiestas. Era el encanto de este gigantesco muñeco de pasar de la alegría a la tristeza.
¡Mamá, el Ño Carnavalón está triste!
En el desfile lo acompañaban otros carros y camionetas de los diferentes barrios. Iban la reina de la fiesta y reinas de los clubes o barrios que eran aplaudidas por el público.


                Al llegar el final del carnaval, el Ño Carnavalón recorría triste las calles siempre con una banda de músicos, bien uniformados, camisa blanca, pantalón oscuro. Iba con una multitud de niños, jóvenes, hombres y mujeres adultos. Su entierro se realizaba en medio del dolor del pueblo que lo acompañaba hasta la playa “El Charco” donde era echado al mar. Una potente locomotora jalando carros descubiertos llenos de gente iba a despedirlo. También camiones. Algunos iban vestidos de negro en señal de duelo porque el Ño Carnavalón, moribundo, iba a su última morada.


Carros de locomotora usadas para el transporte al balneario El Charco.

                En un miércoles de ceniza, luego de un recorrido de despedida con el rostro triste, agonizaba y moría. La tarde miércoles, terminaban los carnavales con la tristeza de los celebrantes. Era el final, hasta el otro año. Con mucho dolor y congoja era llevado “al Charco” para quemarlo. Antes de tirar sus cenizas en las turbulentas aguas del mar, se daba lectura a su última voluntad, se leía a voz en cuello, y se daba a conocer a quien dejaba “todas sus pertenencias”.
-          “Amigos. Me voy alegre, contento de haber pasado buenos momentos en estas fiestas de carnavales. Lo hemos pasado bien, hemos compartido buenos momentos, nos hemos divertido. Mi pueblo ha gozado, disfrutado. Llegó la hora de mi partida y tengo que irme. Hemos jugado, bailado y mojado; y ahora , dejo mi alegría y mi espíritu con ustedes. No me lloren, pues el otro año regresaré.
Dejo……..”
Así iba nombrando a quienes dejaba sus bienes en un acto muy ceremonioso que culminaba en una fiesta con todos los que lo habían acompañado a su última morada. La jarana duraba hasta el atardecer con la participación de los veraneantes de Cartavio, Santiago de Cao y Chiquitoy. Así se enterraba al Ño Carnavalón en aquellos tiempos…

¡Carnaval! ¡Carnaval! ¡Ñooooooo Carnavalón! ¡Hasta el otro año!-gritaban hombres y mujeres.

Ño Carnavalón representado por un estudiante franklinista
de Cartavio en el año 2014



Fuente escrita: Obra inédita titulada TRADICIONES CARTAVINAS de Juan Miguel Malca Aldana.
Fotos: Miguel Núñez B.

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