Recuerdo cómo mi familia con muchas ansias deseaba que llegue “al poder”
el APRA, y ese momento ya estaba próximo. Aprendí por medio de mi padre, don
Fernando Núñez Pimentel, que este partido político había tenido oportunidades
de gobernar años atrás, solo que militares y derechistas no dejaron ese paso
libre.
Una vez ganada las elecciones (1985), Alan García se animó a venir para
Cartavio en helicóptero como Presidente de la República, más o menos en 1986.
Mucha gente se reunió en la pampa donde llegaban los circos y carruseles - hoy
es área verde y la I.E. Máximo Vílchez- y entre el público espectador estaba
yo. Esa vez me encontraba en sandalias y cuando aterrizó el helicóptero nos
acercamos corriendo; algunos de mis hermanos, aún menores de edad, no pudieron
estar junto a mí. La multitud nos separó y unas de mis sandalias quedó atrás.
Se hablaba que él era un ciudadano de 35 años, el Presidente más joven del Perú elegido por el pueblo; yo, en cambio, era un niño de 10 años que por querer conocerlo me animaría a aceptar que de verdad cambiaría al Perú, y ¡vaya que lo cambió!: los aumentos de puestos de trabajo en la docencia a personas no capacitadas, personas que ni habían terminado la secundaria o que nunca tuvieron un estudio superior, se mandó a fabricar más monedas sin tomar en cuenta si nuestra producción nacional era óptima, etc. Fue asesorado mal y sus decisiones en nuestra vida serían fatales.
Una de tantas madrugadas mi madre, doña Olga Bartolo Briceño, me
levantaba de la cama para ir a una panadería ubicada a un lado del pesebre.
¿Para qué tan temprano? Para actuar con responsabilidad cuando se escasea la
comida, cuando no hay qué comer. Al asistir a la panadería participaba de la
larga cola en dos maneras:
1. Salía de la cama, somnoliento, me abrigaba y
apuraba el paso para estar en la “cola” (fila). Buscaba a mi hermana Roxana y
al detectar su ubicación ella me entregaba el dinero con la bolsa. Yo entraba
en su lugar y ella regresaba a casa, tomaba el desayuno consumiendo el pan del
día anterior para luego ir a estudiar al colegio “Cartavio”. La entrada a su
colegio era mucho más temprano que el de mi escuela por eso este asunto.
2. La otra modalidad era que ella u otro(a) hermano(a)
iba conmigo y a una distancia prudente de la misma cola comprábamos panes por
separado, alejados un poco en la cola uno de otro. La cantidad de venta de pan
por persona era controlada; ejemplo no se podía comprar más de 10 unidades por
cabeza.
En otra oportunidad, recuerdo claramente, fui a comprar leche en tarro a
la calle Real en la tienda del Sr. Gamboa pues la leche suelta, o sea en bolsa,
escaseaba en el Mercado “Cartavio”. Esa vez tuve que comprar primero un paquete
de fideos y luego pedir el tarro de leche Gloria, y se me entregó ambos
productos. Pero resulta que, había una señora a mi lado que pidió también un
tarro de leche Gloria y no se le entregó porque al desear comprarlo debía haber
pedido primero otro producto ¿por qué? porque la leche era escasa y el vendedor
tenía que ganarse alguito con su “negocio”.
En un tiempo posterior, antes del mediodía, estuve sentado en mi poyo
(asiento de barro y piedra) a un lado de la puerta de mi casa y observé cómo personas
de diferentes barrios con sus bolsas de compras pasaban dando gritos de
reclamo. Aquel grupo no era exageradamente grande pero sí más o menos de unos
30 individuos. Caminaban por la calle Coliseo, no para hacer compras sino para
asaltar las tiendas a su paso, ansiaban su tan mentado saqueo. Yo más chibolo
fui a observar algo lejos y me interrogaba ¿Qué pasaba? E iba entendiendo el
asunto poco a poco.
Entonces llegaron delante de una tienda denominada la tienda de “Don Ordoñez” ubicada frente al local del APRA. Mientras las personas en la calle gritaban en contra de la subida de precios, la señora de la bodega doña María optó por cerrar la tienda. Pero uno de los protestantes comenzó a patear la puerta y yo veía que esa puerta parecía partirse en dos. Mientras la empujaban y pateaban; del otro lado los dueños de la tienda empujaban en sentido contrario. Luego de unos minutos surge la figura de un señor vestido de civil quien se interpuso entre el tumulto y la puerta de la tienda, intercedió para que no atacaran el negocio. Con la pequeña talla que yo poseía pude lograr ver que él enseñaba en su mano una placa de policía, parecía no ser del lugar, los demás policías ni los vi. Una señora, sentada en las graditas de una casa vecina que queda en la esquina, gritaba “¡EL PUEBLO TIENE HAMBRE!”. Luego la gente se retiró, no sé para dónde pero luego las tiendas o bodegas comenzaron a ser resguardadas con rejas, no en contra los ladrones de las noches que casi no existían sino por los saqueos.
A mi padre, un gran trabajador de la empresa, llevábamos su desayuno o merienda a la fábrica o al garaje. Su dieta consistía en “alimentos del día”. Mi madre decía que él se lo merecía porque nos sostenía como cabeza de familia… ¿y yo?, seguía molesto por la crisis.
Cuando Fujimori inició su primer gobierno (1990-1995) terminé el colegio
e ingresé a la Universidad Nacional de Trujillo (1992). Seguíamos comiendo caña
de azúcar y las calles eran un basural de planta azucarera; al comienzo no
había energía eléctrica absoluta por las deudas de la empresa, luego se
reinició el uso de energía entre las 2:00 p.m. y 10:00 p.m. por intervención de
la Municipalidad de Santiago de Cao y la computadora no podía usarla en casa
pues no había dinero para comprarme una, entonces mejor elegía una máquina de
escribir con dos lámparas a kerosene en mi solitaria situación nocturna; la
empresa Cooperativa Cartavio cada día se iba de picada y eso sí puedo decir que
no fue por culpa de García o de Fujimori, sino de quienes administraron
ineficazmente Cartavio.
Si
crees que la crisis acabó cuando se fue García, pues te equivocas. Alberto
Fujimori tuvo que afrontar las consecuencias de la crisis y solucionar los
problemas económicos. Aunque el chinito cayó luego en la corrupción de su
autoritarismo, hoy puedo decir que gracias a Dios ya no estoy
empapado en la inocencia que gocé cuando niño, mirando al cielo a un presidente
en helicóptero, sin darme cuenta que este ‘súper héroe’ se llevaría volando con
él los precios de mi comida, aunque nunca se llevó mi esperanza de poder buscar
un Cartavio y un Perú mejor.